Juntar a Pat y Anna Cleveland parece cosa de magia. Madre e hija supermodelos que, como Picasso, desmantelaron las normas de belleza de una industria hermética y volvieron a construirlas a su manera. Un encuentro artístico y empoderador digno del legado de esta cabecera.

Pat Cleveland (Nueva York, 1950) se desliza hacia el set de fotos bailando al ritmo de esa canción e Miley Cyrus que todos los allí presentes nos estamos conteniendo por tararear. Lleva un conjunto de satén de lunares de Saint Laurent que le va como anillo al dedo al tema, y serpentea con los ojos cerrados moviendo su melena como un péndulo, como tantas veces lo hizo en el tan célebre como ella Studio 54. “La vida es como una bola de discoteca, brillante y plateada. En Studio 54 todos estábamos enamorados de todos, podíamos pasar la noche entera bailando, desprendiendo glamour. Era el lugar donde nos reuníamos los que sabíamos apreciar la moda”, recuerda. Escucharla es hipnótico. A cada prenda que se pone, tiene una anécdota que contar de su dilatada carrera. Cuenta, por ejemplo, que caminó en el primer desfile de John Galliano al enfundarse un vestido de Margiela a juego con el de su hija, Anna Cleveland (Países Bajos, 1989), que intenta seguirle el ritmo como puede. “Parecemos dos señoras saliendo a tomar el té. ¡Pero cómo se nota que esto es couture!”, apostilla. Anna la mira y sonríe, orgullosa de su incombustible madre. “Está encantada. Ella es así, siempre está haciendo reír a todo el mundo, es la alegría de la huerta allá donde va”, comenta. El contraste es radical y el equilibrio, perfecto. Han encandilado a todo el equipo.

Patricia, Pat, es una de las modelos más importantes del último siglo. Nacida en Nueva York, hija de un saxofonista sueco y una artista neoyorquina, llevaba la moda y el arte en las venas: “Mi madre tenía revistas por toda la casa y me enseñó a hacer mi propia ropa desde muy pequeña”, concede. Años después, se convirtió en la primera modelo negra y cambió las tornas de una industria que todavía lucha contra sus propios fantasmas. “Pero no hace más que mejorar. Cuando empecé hace algunas décadas, más de cinco, no era normal ver a una chica de color en una revista. No había lugar para nosotras”, cuenta. Fue descubierta en el metro por la editora de una prestigiosa publicación, donde empezaron a fotografiar su belleza, por aquel entonces, poco convencional. Sus rasgos inolvidables, su melena voluminosa. Al cabo de unos años, viendo que sus facciones no ocupaban el lugar que merecía, decidió mudarse a París en 1971 convencida de que no volvería hasta que no viera a una modelo negra en las portadas de las revistas estadounidenses. “Me fui con mi amigo Antonio López. Me di cuenta de que en París iba a ser capaz de expresarme libremente siendo yo misma, sin límites. Tuve mucha suerte de tener amigos como Karl Lagerfeld, quien me ayudó a establecerme en la ciudad. Fue una aventura maravillosa… ¡con un ambiente nocturno estupendo!”, recalca divertida. “Éramos un grupo de artistas disfrutando de nuestra vida en París, y eso pareció generar mucho deseo entre los amantes de la moda, nuestra manera de vivir libremente”.

VLADIMIR MARTÍ

Anna luce tocado de volantes de tul de MAISON VIVASCARRION y pendientes de metal de GUCCI.

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Anna, izda., lleva abrigo de tul, medias de rejilla y tocado de tul y piel; Pat lleva abrigo de neopreno, medias de rejilla y tocado de tul y piel, todo deMAISON MARGIELA. Ambas llevan zapatos SlingbackVirgule Bow, de piel y rasode ROGER VIVIER.

Volvió a América en 1973, fue musa de Halston y de Andy Warholla dibujó Salvador Dalí y bailó sin freno en ese ‘melting pot’ cultural que era Manhattan a mediados de los setenta. Desfiló, posó e hizo temblar los pilares de esta industria con una actitud que aún hoy, con 73 años, es difícil de domar. En el set, es el turno de Moschino y ella y Anna salen vestidas a conjunto con unos ajustados vestidos de punto negro elevados con detalles inflables, como flotadores de playa. «Oh, darling, this is so me!» («ay, querida, ¡esto es tan yo!»), exclama. Juntas son Harper’s Bazaar en estado puro. Se entienden al posar, se coordinan con solo mirarse, y apenas necesitan dos disparos para tener la foto. “¡La bomba!”, grita Inmaculada Jiménezdirectora de esta casa, al verlas. Anna lo entiende perfectamente: habla inglés, castellano, francés, italiano y holandés (este último, por su padre). “¡La booooooombaaaa! –repite Pat–. Me aseguraré de no gritar eso en un avión, ¡puede dar lugar a malentendidos!”.

Romper Barreras

El camino de Anna venía, en cierto modo, dado. “Desde fuera, puede parecer que me lo han puesto todo en bandeja de plata, pero creo que las ‘hijas de’ hemos tenido que trabajar el doble para demostrar que valemos en esta industria. Es duro, porque lleva tiempo entenderte a ti misma y conocer tu propia personalidad”, apunta la modelo. Recuerda que su primera sesión de fotos fue con cinco años, con Moschino, y que su primer desfile fue con 13, reclutada por Karl Lagerfeld, compañero de aventuras parisinas de su madre. “Era un hombre tremendamente dulce y elegante, y me dio una gran oportunidad para abrirme paso en la moda”, dice. Pocos años después, su particular belleza heredada de Pat, distinta a los rostros clásicos que predominaban en la industria, copó los desfiles de la pasarela neoyorquina. Admite que la industria ha mejorado mucho en la ultima década en términos de inclusividad y diversidad, aunque también siente que se ha incrementado la presión sobre las modelos para equilibrar sus carreras entre la pasarela y las redes sociales. “Creo que una modelo de verdad, un icono, no debería serlo por la cantidad de seguidores que tiene, sino por el impacto que su imagen puede crear a largo plazo y la profundidad del mensaje que crea y transmite». Pat la interrumpe: “¡Yo doy gracias a Dios por Instagram y todo eso! Me encantan las redes sociales y cómo lo facilitan todo. Solo tienes que pulsar un botón y ya estás en contacto”.

Madre e hija, aunque con comienzos distintos, con décadas de diferencia, han experimentado las dos caras de esta profesión en la que la frustración y los noes pueden llegar a hacer mella. “Es parte de esto, es inevitable”, dice Anna. Pat trata de verle el lado positivo: “¡Por supuesto que el rechazo es un reto! Pero es tan sencillo como no dejar que te afecte, porque siempre hay un camino”. La complicidad entre ambas es envidiable. Viven cada una en una punta del mundo (Anna en Londres, Pat en Nueva York), pero hacen por verse cada tres meses como mucho. Acaban de estar juntas en los desfiles neoyorquinos, pero volver a reunirse antes de lo previsto, y encima en Madrid, es un regalo que están dispuestas a exprimir al máximo. “Me encanta lo bien que nos lo pasamos juntas, no paramos de reír y nos cuidamos mutuamente. Anna es muy divertida y cariñosa, y le encanta dar abrazos. ¡Es buenísima dándolos!”, dice Pat. Anna, que se casa en julio y sabe que su madre va a ser la reina de la fiesta, sonríe. “Somos mejores amigas. La admiro por su fuerza, pero también por su libertad y su actitud, por su juventud eterna y por su sonrisa”.

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Anna lleva mono de punto elástico y guantes de tul, ambos con motivo Toile Iconographe, y Pat, abrigo de tul con lentejuelas bordadas, todo de VALENTINO.

Pat atina el pie dentro de una altísima sandalia de Carolina Herrera. Mientras le atan la tobillera, piensa en voz alta: “Ay, Carolina… ¡Hace mucho que no la veo!”. El equipo está pendiente de cada batalla que cuenta, ¿con quién no se habrá codeado Cleveland? “Con Dalí y Warhol me encantaba garabatear en servilletas de café y en manteles. Eso es lo que hacen los artistas, quedar para charlar y dibujar juntos por mera diversión”, cuenta divertida. Ella aprendió de todos esos grandes artistas, además de su propia madre, y hoy dedica gran parte de su tiempo libre a pintar. Hablando de España, pone especial énfasis en las Olimpiadas de Barcelona 1992, donde desfiló vestida con un diseño de pertegaz: “Sin duda uno de los momentos más especiales de mi carrera como modelo. Nunca olvidaré al modisto, a Manuel, uno de los mejores de España. Estaba emocionada por conocerlo y trabajar con él para esta ocasión tan especial. Me dijo: ‘Vas a ser la mujer más bella de Barcelona’, mientras me terminaba de ajustar el vestido. No dejaba de pendar en cómo podía haber tenido tanta suerte de participar en un evento tan espectacular como este, ya que no soy especialmente deportiva, ¡a no ser que caminar la pasarela se considere deporte!”, bromea.

La etiqueta ‘supermodelo’ se forjó en los años de oro de Pat, y hoy podría aplicarse a las dos. Han posado con 15 looks distintos y todavía mantienen la ilusión por cuál irá después. No borran la sonrisa del rostro, y se dirigen a cada uno de los allí presentes como si los conocieran de toda la vida. Es curioso cómo las grandes estrellas de esta u otras disciplinas suelen ser las que tienen los pies más anclados al suelo firme. Al terminar la sesión de fotos, todavía les queda energía para poner música mientras se desmaquillan. Eligen I Wanna Dance with Somebody, de Whitney Houston, y la cantan a voz en grito. ¿Algún plan para su última noche en Madrid? Pat lo tiene claro: “Volver al hotel, pedir algo de cenar, descansar y pasar horas hablando con Anna. Nada me apetece más”.

FOTOGRAFÍA: SARA GUILLÉN.ASISTENTES DE ESTILISMO: DIEGO SERNA Y GRETA MACCHI. MODELOS: PAT Y ANNA CLEVELAND (MUSE MANAGEMENT).

ATREZO DE PIEZAS INSPIRADAS EN PICASSO: ANDREA RUIZ-GÁLVEZ.