Matthieu Blazy, director creativo de Bottega Veneta, está en Venecia explicando su enfoque pausado del último proyecto de la casa: su primera colección de alta joyería. Hablamos de estas relucientes piezas en un elegante salón de un palacio veneciano del siglo XV; sobre la mesa, las 15 piezas que componen esta primera colección: pendientes de lágrima, elegantes aunque gigantescos; brazaletes de cadena lo bastante imponentes como para ahuyentar a los malos espíritus; anillos cuya dulzura se contrarresta con espinas (las piezas de esta colección inicial se agrupan en cuatro familias: Gota, Catena, Primavera y Enlaced).
«Empezamos con muy pocas piezas», explica Blazy, con la serena intensidad que caracteriza tanto su personalidad como su trabajo. Desde que tomó las riendas de Bottega Veneta a finales de 2021, Blazy se ha movido en ese deseado territorio entre la cuidada artesanía y la vanguardia más audaz, y sus colecciones figuran entre las más esperadas de cualquier temporada de moda. Tal vez no sorprenda que se sienta atraído por la creación de joyas que reflejen las líneas limpias y los caprichos detalles –¡esos dobladillos de plumas!– de su ropa. Por otra parte, el concepto de ‘inversión’ ha experimentado últimamente un cambio radical: ya no se trata de clásicos predecibles que duran para siempre, sino de piezas únicas que justifican su precio tanto por su singularidad como por el mimo con el que se fabrican. Y, después de todo, ¿no es la alta joyería la inversión definitiva, profundamente personal, y pensada para durar generaciones? (Último apunte: si los tiempos se ponen feos, no se puede fundir un vestido y venderlo, pero una joya siempre conservará su valor).
«Nunca se trata del número de piezas de una colección», insiste Blazy, «sino de tener las piezas adecuadas«. Entre esas piezas están unos enormes pendientes de lágrima de oro de 18 quilates, cuya ligereza contradice su tamaño: «Me gustaba su singularidad como objeto, además de cómo quedan con la ropa», dice. «La idea era: aunque sea grande, no tiene por qué ser pesado. Tienes el mundo entero reflejado en ellos, como una gota de agua». Y aunque Blazy piensa que sus diseños tienen una deuda con Brancusi, cuando me aventuro a sugerir que hay un poco de Grace Jones en Studio 54 en su combinación de austeridad y audacia, se ríe de acuerdo.
«Empezamos con la gota, pero también me interesaba mucho introducir diamantes y piedras preciosas», continúa Blazy. Para ello, las rosetas se curvan alrededor de una banda de diamantes, un homenaje al anillo toi et moi de su abuela. «También hicimos pavé, pero no de forma clásica», sino que empleó una sorprendente variedad de cortes en un solo pendiente, porque «cuando es desigual, capta la luz de forma diferente».
Un reluciente bolso de noche de oro de 18 quilates que incorpora el famoso tejido de cuero intrecciato de la casa, podría servir de arma si las cosas se pusieran feas en un evento. «La caja dorada es muy interesante, pero también tradicional», dice Blazy, “en los años 30 se fabricaban minaudières como ésta”.
A diferencia de algunos diseñadores, que se quedan cortos cuando se expanden a otras categorías, Blazy se encontró cómodo en el terreno de la alta joyería con una facilidad natural: «¡Me sentí como pez en el agua!», exclama. «Los artesanos y la pasión: ¡por eso hago este trabajo!». Todas las piezas se crearon en Vicenza, centro de la joyería italiana desde hace 700 años, adonde Blazy viajaba a menudo: “Me encantaba trabajar con ellos y que me propusieran soluciones locas; siempre les preguntaba: ‘¿Podemos ir más allá?’”.
Blazy tampoco es ajeno al atractivo de un objeto con una procedencia insólita. Se crió en salas de subastas y mercadillos, y lleva mucho tiempo coleccionando piezas de plata mexicana y Art Déco. Me enseña su posesión más preciada –una extraordinaria pulsera de plata, diseñada por Line Vautrin, que trabajó con Elsa Schiaparelli en los años 40– que encontró en una pequeña tienda de Bélgica. En ella aparecen (¿estás preparado?) un policía en un lado y un ladrón en el otro.
Por supuesto, cuando se investigan las raíces de la visión de un artista, enseguida queda claro que las ideas surgen por todas partes. La pulsera de cadena –con un par se puede transformar en un collar– se inspira en las cadenas de iluminación vintage que colgaban de una lámpara o un candelabro. Dos de sus eslabones están artísticamente deformados, como si se rebelaran contra ser piezas convencionales. Resulta que un espinoso collar de oro adornado con diamantes es una glamurosa versión del jardín de Blazy, que tardó tres años en perfeccionarse: «En mi casa de Milán hay una reja sobre la que se enreda un jazmín con pinchos. Me gusta esa tensión: belleza, pero a veces también peligro».
La idea de este palacio de 2.000 metros cuadrados es que sea un lugar especial para clientes especiales, más allá de los meros VIP: un atelier para dar cabida a las fantasías más salvajes de los compradores. «Aquí encuentras lo que no puedes encontrar en ningún otro sitio», dice Blazy. «Es un lugar donde los artesanos pueden mostrar realmente su oficio».
«Nunca se trata del número de piezas de una colección», insiste Blazy. «Se trata de tener las piezas adecuadas «.
Aunque las joyas estarán disponibles en las principales tiendas de Bottega Veneta de todo el mundo, este tipo de atención personalizada sólo podrá tener cabida en un viaje a Venecia. Y aunque está a un paso de la vibrante Piazza San Marco, entrar en este refugio del tranquilo barrio de Cannaregio es como entrar en otra dimensión, un universo habitado por los mejores muebles de mediados de siglo: aquí un banco George Nakashima, allí una mesa auxiliar Jorge Zalszupin Petalas. Las estanterías exhiben las carteras tejidas características de la casa y los percheros ofrecen esos espectaculares pantalones azules desteñidos que podrían ser vaqueros, pero no, son de cuero; una de las famosas florituras de Blazy.
Lo que lo une todo –desde los vaqueros más ingeniosos hasta los bolsos de intrecciato más tradicionales– es la insistencia de Blazy en que nada lleve la firma de Bottega hasta que él esté absolutamente seguro de que está listo para ello. «Hay pantalones en los que llevo trabajando dos años y aún no están acabados», dice sonriendo, «prefiero tomarme mi tiempo». Como decimos en la empresa: contamos los días, no las horas. Le digo al equipo: ‘No hagáis nada que no evoque emoción: tiene que haceros latir el corazón’«.