Azzedine Alaïa y Cristóbal Balenciaga. Hasta noviembre está abierta la exposición que une a dos de los más importantes Couturiers del siglo XX. Son 100 piezas de Alta Costura que se exhiben en el Museo Cristóbal Balenciaga que son el testimonio vivo de perfección en la técnica y vanguardia en el quehacer.
A pesar de que la etiqueta Balenciaga sigue existiendo hasta nuestros días, sus tiempos de gloria se remontan principalmente a la primera mitad del siglo XX. Fundada en 1917 por Cristóbal Balenciaga en la ciudad vasca de San Sebastián, la casa de Alta Costura debió sortear dos cruentas guerras y tomar la determinante decisión de mudarse a París. Fue en la capital francesa donde Balenciaga alcanzó reconocimiento mundial, gracias a una filosofía de diseño que liberó a la mujer de los cánones arquetípicos que Christian Dior había impuesto a fines de los años ‘40 gracias a su revolucionario “New Look”, que marcaba la cintura para crear la famosa “silueta de reloj de arena”.
Vistió a distinguidas mujeres de la realeza, como la Reina Fabiola de Bélgica, a quien le diseñó su vestido de novia. También tuvo el privilegio de diseñar para leyendas de Hollywood como Ava Gardner y Grace Kelly con diseños que marcaron una época y cuya inspiración sigue siendo tendencia el día de hoy. La creación de siluetas simples y geométricas se entremezclan con una arquitectura de volúmenes inusuales que permiten la libertad de movimiento, al mismo tiempo que le dio a la Alta Costura nuevas posibilidades de experimentar con colores, estampados y bordados.
Enemigo de la vida pública y maestro de nombres como Óscar de la Renta, Hubert de Givenchy, Emanuel Ungaro y André Courrèges, Cristóbal Balenciaga se mantuvo a cargo de su propia casa de moda por 51 años. Con un perfeccionismo hasta el hartazgo y un control absoluto de cada proceso creativo y artesanal de cada prenda que diseñó, Cristóbal se vio enfrentado a una realidad que cambió la moda para siempre y que lo obligó a cerrar su legendario estudio de Alta Costura en 1968 con un último desfile. Ese año, no sólo se respiraba un aire de convulsión política en las calles de París. Existía también una silenciosa revolución que estaba poniendo en jaque a los antiguos negocios de moda: la irrupción del prêt-à-porter de la mano de un visionario Pierre Cardin. Esta nueva forma de hacer moda dejó a los ateliers en segundo plano y alimentó el auge de los centros comerciales. En el París de fines de los ‘60, nombres importantes como Yves Saint Laurent, Chanel y Dior temblaron frente a este fenómeno, sin embargo, lograron compaginar sus negocios con los nuevos tiempos, siendo Yves Saint Laurent el pionero en la alta moda con su famosa línea de prêt-à-porter, Rive Gauche.
Para entonces, Balenciaga no podía competir contra la explosiva aparición de tiendas y retailers que llevaron la moda a las masas con estructuras de producción en serie que impedían mantener la nobleza, la precisión y, por sobre todo, la exclusividad de la Alta Costura. El cierre de la casa Balenciaga dejaba, entonces, una gran cantidad de vestidos y prototipos a los que les esperaba un futuro incierto. En ese momento fue que apareció un coleccionista que vio en la obra de Balenciaga un valor incalculable y una responsabilidad por mantener y cuidar piezas que son cruciales en la línea evolutiva de la historia de la moda. Se trataba de Azzedine Alaïa.
Nacido en Túnez y establecido en París en 1957, Azzedine Alaïa logró formarse bajo la tutela creativa de importantes diseñadores como Guy Laroche, Christian Dior y Thierry Mugler. Durante sus primeros años laborales, Azzedine vivió el esplendor de Cristóbal Balenciaga y adoptó de él varios aspectos que los unirían. No obstante, a diferencia del español, Alaïa se convertiría en un creador obsesionado por resaltar el cuerpo de la mujer, enfundándolo con un magistral trabajo técnico. Habiendo recibido clases de escultura en la Escuela de Bellas Artes de Túnez, Alaïa logró dominar los volúmenes y las materialidades que luego fueron claves para su posterior trabajo como diseñador.
Luego, en 1981, Azzedine Alaïa abrió su propia firma en un París intimidante que buscaba renovar forzosamente la silueta femenina. Buscó la forma de hacer de cada vestido un verdadero guante corporal para la figura femenina, lo que lo motivó a trabajar de manera escultórica. De esta manera, Alaïa comenzó a destacarse por trabajar directamente sobre el cuerpo de las modelos, poniendo telas, cortando y hasta cosiendo a mano sobre ellos. Fue así como llegó hasta sus talleres una joven inglesa llamada Naomi Campbell, quien se refugió en el diseñador para dar los primeros pasos que marcarían su astronómica carrera en el mundo del modelaje. La prensa especializada de moda le atribuye a Alaïa y el descubrimiento de Naomi Campbell el inicio de las llamadas “supermodelos”, que luego marcaron una época de oro en el modelaje que se extendió desde mediados de los años ochenta hasta los noventa.
Azzedine odiaba a la prensa y la presión comercial de las colecciones de temporada. Su trabajo incansable y metódico lo mantuvo a su propio ritmo y sólo estrenaba sus colecciones de Alta Costura cuando sentía que el trabajo estaba terminado y conforme a su propia visión. Fue un devoto seguidor de Balenciaga, haciéndolo fuente de conocimiento e inspiración para toda su carrera. De él no sólo heredó un carácter hermético, meticuloso y obsesivo, sino también el deseo de alcanzar la maestría en el oficio.
Tras la muerte de Azzedine Alaïa en 2017, sus archivos fueron el punto de partida para la Fondation Azzedine Alaïa, institución que desde 2020 lidera la galerista italiana y amiga personal del diseñador, Carla Sozzani. La fundación se encarga, además de proteger el archivo de Alaïa, de conservar la valiosísima colección de Alta Costura que Azzedine fue construyendo a lo largo de su vida. Es así como dentro de sus etiquetas no sólo se encuentra una vasta colección de vestidos, abrigos y accesorios de Balenciaga, sino también de otras figuras como Madame Grès, Elsa Schiaparelli y Madeleine Vionnet.
Unos años antes, en junio de 2011, se inauguró el Museo Cristóbal Balenciaga en la ciudad natal del couturier, Getaria. Con presencia de importantes autoridades del País Vasco, la Reina Sofía, el entonces presidente de la Fundación Balenciaga, Hubert de Givenchy, así como representantes del mundo de la cultura de España, se cortó la cinta para dar la bienvenida a un nuevo espacio para rendir homenaje a la importancia de Balenciaga para la historia de la moda. Fue así como logró verse concretado el ambicioso proyecto que llevaba esperando ser inaugurado desde 2003, y cuyas primeras conversaciones para realizarlo comenzaron en 1999.
Un impresionante sistema de cámaras de conservación alberga 1200 piezas del archivo del diseñador como resultado de donaciones de herederos de antigua clientela, así como vestidos, abrigos y accesorios que se rescataron después del dramático cierre del atelier de Balenciaga en París. De esta forma, Hubert de Givenchy, amigo personal del gran genio de la moda española, logró darle forma a un proyecto con el que siempre soñó desde la constitución de la Fundación Balenciaga, de la cual es su artífice principal.
En la actualidad, el Museo Cristóbal Balenciaga no sólo se destaca por su nutrido programa de exposiciones itinerantes, sino también por sus programas culturales que apuntan a establecer vínculos con su entorno social. Iniciativas como cursos de moda para perfeccionar técnicas de costura, cursos orientados a la docencia, así como un innovador programa escolar para todas las etapas de aprendizaje estableciendo actividades didácticas. Así mismo, el museo tiene actividades para personas con discapacidad, adaptando la enseñanza y el acercamiento a la indumentaria para personas con diversas necesidades específicas.
En el marco de la exposición “Escultores de la Forma”, la Fondation Azzedine Alaïa adquirió un rol fundamental para llevarla a cabo en conjunto con el Museo Cristóbal Balenciaga. Con una selección de 100 vestidos de ambos diseñadores, esta icónica exposición marca los primeros 10 años de vida del Museo, cumpliendo un sueño que Hubert de Givenchy nunca pudo llevar a cabo: el de realizar un homenaje que comprendiera el trabajo de ambos couturiers. Es así como la exposición establece un diálogo evidente entre Alaïa y Balenciaga, elevando su relevancia histórica y destacando su destreza y habilidad. Cortes innovadores, manejos a propio antojo de tejidos, gasas, bordados y encajes, así como el desarrollo de arquitecturas atemporales son parte esencial de lo que contiene este acontecimiento de moda, que conserva la memoria de dos importantes responsables de mantener con vida la razón y el propósito de la Alta Costura como vertiente artística.
Cristián Pavéz Díaz