El recién fallecido diseñador de modas, Issey Miyake, fue el inventor de un tejido que cambiaría las técnicas de diseño y la forma de ver la moda, un plisado tan especial como este genio.
Issey Miyake con sus modelos en su colección Primavera-Verano 1994 en París.POOL ARNAL/PAT/GETTY IMAGES
Issey Miyake, fallecido el pasado viernes a los 84 años, inventó uno de los grandes tótems de la moda: el plisado, su plisado. Él mismo fue un Totem con mayúscula, con T de técnica, talento, tecnología y de Tokio. Su creación es, a la vez, mayúscula y minúscula. Mayúscula porque concentra cultura, universalidad, ciencia, diseño, potencia estética, calidad museística y carácter atemporal. Minúscula porque quizás pase a nuestro lado y no lo prestemos atención. No es verdad: sí se la prestaríamos.
El plisado de Issey Miyake no es una prenda, es un tejido. O, dicho con mayor precisión, fue un desarrollo que culminó en una técnica, que se remató en un tejido, que terminó en una colección y que aún se utiliza en vestidos, camisas y pantalones de mujeres de todo el mundo. Los plisados fueron un tema recurrente en el trabajo de este explorador de la moda y la ropa que hizo más que moda y ropa. Ha creado aromas inolvidables como L’Eau d’Issey, hallazgos como A-POC y fundó, con Tada Ando un museo llamado 21_21 Design Sight en su país, donde era un prohombre y donde recibió los honores más importantes.
Todo comenzó un día de los años 80, en el que diseñador japonés vio un pañuelo de seda y poliéster y se quedó prendado de sus pliegues. Empezó a pensar. Como el señor culto que era acudió a sus referentes y lo relacionó con los que habían realizado tiempo atrás Fortuny, Madame Grès y Vionnet. También con los que se habían usado miles de años antes en la Antigua Grecia. Y miró alrededor y encontró al origami. Ahí había algo. Él pensó en llevar esos plisados a la vida diaria, en darles un carácter cotidiano y contemporáneo. Eso es lo que se llama pensamiento radical. Para ponerlo en práctica Miyake tenía que inventarlo. No existía. No se trataba de plisar un tejido, sino de crear desde cero algo que se ajustara al siglo XX y a sus gentes; debía que ser ligero, poder llevarse en una maleta arrugado sin que se deformara al sacarlo; no debería exigir plancha, esa esclavitud, y debía funcionar en distintos contextos y culturas. De paso, establecía una nueva relación entre el cuerpo y la ropa. Definitivamente, había que inventarlo.
Esta modelo luce un vestido Pleats Please parte de la colección de Otoño-Invierno 1994 en un desfile del renombrado diseñador en París. PIERRE GUILLAUD/GETTY IMAGES
Un vestido de Pleats Please, parte de la colección de Otoño-Invierno de 1995. PATRICK KOVARIK/GETTY IMAGES
A principios de esa década, Miyake formaba junto a Yamamoto y Kawakubo el grupo de “The Big Three”. Ellos agitaron la industria con propuestas que se acercaban al cuerpo de manera nunca vista antes; colocaron su mirada oriental sobre la moda occidental, las dos dimensiones frente a las tres dimensiones. En este caldo de cultivo nació el plisado, que vería la luz por primera vez en 1988 y fue patentado en 1993. Cuando Miyake comenzó a jugar por primera vez con ese concepto llevaba una década confeccionando prendas con materiales ajenos a la moda convencional, como el papel o el alambre. Para él cualquiera era susceptible de convertirse en moda. Eso chocaba con nosotros, aburridos occidentales que pensábamos que la ropa se hacía con tela. Este superviviente de Hiroshima (al que no le gusta hablar de Hiroshima) había estado también viajando entre Paris, Nueva York y Japón. Este cruce de materiales, influencias y culturas sería clave para el desarrollo de este tejido; también la conciencia de pertenecer a un movimiento de vanguardia. Ese sello, el de diseñador vanguardista, nunca le abandonaría. Quienes se adherían a su ropa lo hacían porque querían contagiarse de ese atributo; así lo hizo Steve Jobs, cuyo jersey negro de cuello alto era una creación de Miyake.
No corramos, retrocedamos unos años: tenemos el contexto, tenemos los referentes y tenemos el ansia de romper con lo establecido. Pero ¿cómo diablos se hacía ese plisado? Miyake, que siempre entendió la ropa como búsqueda, como un escenario en el que el diseño y la ciencia caminaban de la mano, comenzó a trabajar. El plisado no podría deshacerse y al lavarse debería volver a plisarse y eso solo se podía hacer calentando un tipo especial de poliéster de alta calidad. El hallazgo de Miyake fue hacer las cosas en sentido inverso a como se habían hecho. Él crea primero la prenda y después el plisado, al contrario de lo que habían hecho los antecesores. Tras mucho tiempo de investigación se llegó a una solución: las piezas que componen una prenda y se cosen entre sí creando prendas hasta tres veces más grandes; estas partes individuales se colocan, separadas por papel en una prensa y se les aplica calor. Miyake, como antes Fortuny ni Madame Grès ni todos los que envolvían el cuerpo con plisados, hicieron nada innovador; al fin y al cabo, era una de las formas más ancestrales de cubrir el cuerpo. La aportación de Miyake fue arrastrar esa técnica al presente y de ahí, propulsarla al futuro. Si los plisados del pasado eran para mujeres estáticas, los de Miyake eran para mujeres en movimiento.
Esta prenda formó parte de la colección Pleats Please de Otoño-Invierno de 1995 en París, desde entonces los plisados se volvieron un icono de Miyake.
Miyake quería saber si su invento funcionaba o no. ¿A quién se lo dio para probar? A alguien en continuo movimiento: unos bailarines. Aprovechó que William Forsythe le encargó el vestuario de la obra The Loss of Small Detail para Ballet de Frankfurt y pensó que el plisado facilitaría el movimiento y el baile. Siguió ensayando en situaciones singulares y ajenas a la moda: usó el plisado para elaborar el uniforme de la selección olímpica de Lituania de Barcelona 92. En todos los casos funcionó. Un año después lanzó su línea Pleats Please. Los microplisados de Miyake han estado presentes en colecciones a lo largo de los años y han ido evolucionando con el tiempo. Irving Penn los fotografió durante años. Cuentan con su propia fragancia y su libro, editado en 2012 por Taschen. Todo se llama Pleats Please. Es un nombre demasiado bueno como para no rentabilizarlo.
Part of the World Fashion Window Displays en Tokio muestran la colección de 2015 del diseñador Issey Miyake. KEN ISHII/GETTY IMAGES
se vieron muchos pleats de Miyake en los felices 90; fueron adoptados por una cierta izquierda burguesa y hablaban de un país sofisticado y abierto. Mujeres como Elena Benarroch o Carmen Alborch los popularizaron. Arquitectas como Zaha Hadid, galeristas y comisarias de exposiciones vistieron de forma previsible estas prendas de Miyake que estaban, están, dotadas de un áura de intelectualidad y cierto sentido abstracto. Otras mujeres los eligen, simplemente, porque no pesa y no se arruga. Suzy Menkes ha declarado que siempre lleva en la maleta una pieza plisada de Miyake. Escuchemos a la Menkes.
Este tejido no languidence, como tampoco el legado de Miyake. El trabajo de Haider Ackermann bebe de ellos, como lo han hecho modelos de Jill Sander, Marni o Christopher Kane. En Zara, de manera periódica, se encuentran prendas que “homenajean” esta técnica de Miyake. Esta misma semana se pueden ver en su tienda online.
Con motivos de su fallecimiento Instagram se ha plisado. La red social muestra decenas de imágenes de este tejido en movimiento, estáticos, abiertos, cerrados, originales, copias. Cuando un diseñador logra inventar algo de lo que se adueña la calle, si consigue que lo lleve gente que no sabe quién lo inventó, ese diseñador es importante. Issey Miyake lo era.
Analissa Cimarosta